Enrique Goldfarb
Resulta gracioso ver como aquellos políticos que
reclaman santidad, y que no han sido tentados por las platas privadas, resultan
pillados al poco andar. Digámoslo de una vez, los empresarios no solo tienen el
derecho sino el deber de contribuir a la política.
Pongámonos en una situación extrema y supongamos
que se hace realidad. Ni un solo peso privado va a los políticos. Como su voz
no llegaría a los electores, tendrían que pedir prestada la tómbola al
ministerio de Educación para designarlos. Sin contrapeso alguno se dedicarían a
aquello que la sabiduría convencional dicta como virtuoso: sacarles la plata a
los que tienen para dársela a los que no tienen. No subirían las tarifas, los
sueldos subirían por ley y arruinarían todo el delicado ensamblaje económico de
mercado.
Porque si las empresas no hubieran tenido el poder
para contrapesar al populismo, hace tiempo que no existirían. Sin plata no hay
música. Ahora, también es válido agregar que ese poder necesita contrapeso. Y
hay dos áreas donde las empresas influyen. Aquello que no es aceptable y va en perjuicio
del bien común, como por ejemplo, barreras a la entrada de productos que le
compiten, y aquello que es positivo y propio del funcionamiento eficiente de
los mercados libres y competitivos, como por ejemplo, que pueda haber
reemplazos en caso de huelga.
Me parece que la solución va en sentido contrario
del purismo que se desprende de la Comisión Engel. Debiera dejarse que las
platas privadas, de empresas y particulares, fluyeran libremente, pagando los
respectivos impuestos. SQM ha demostrado que habrá una natural tendencia a
diversificar, de modo que no es efectivo que toda la plata llegaría a la
derecha, Y la defensa del bien común se logra con transparencia, sabiendo de
quien proviene y dónde va la plata, de
modo que los electores identifiquen a los políticos literalmente corruptos, y
sean sacados, mediante el voto y repudio ciudadano, de la arena política.
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