(publicado en Estrategia el 15 06 05)
Enrique Goldfarb
Se piensa otorgar – se dice inicialmente- la
gratuidad al 60% de los alumnos
vulnerables, pero sólo a los que pertenecen a las universidades afiliadas al
CRUCH, dejando fuera a las privadas y centros de formación técnica. Así ya no
son sólo los ricos los que deben pagar, sino también los menos ricos y algo
pobres que les tocó la mala suerte de no pertenecer a ese privilegiado grupo, el que ha sido usado en forma bien
instrumental.
Imposible no recordar los inicios del
Transantiago, cuando, y para una comodidad mínimamente razonable, se requería
un número de micros digamos de 100. Como el presupuesto sólo alcanzaba para 60
máquinas, se determinó que el sistema
comenzaría, sí o sí, sólo con las 60 para las que alcanzaba la plata, lo que
determinó que toda la gente tuviera que viajar como en latas de sardina.
Como el presupuesto para comenzar la gratuidad
para los alumnos más vulnerables sólo da para un número mágicamente similar a
los alumnos del CRUCH, entonces se dejará fuera a una cantidad de alumnos igual
o superior que no pertenecen al Consejo
de Rectores, y además, a los de los institutos y centros de formación técnica.
Hasta ahora sólo han reclamado los rectores de las
universidades privadas. Pero cuando los alumnos excluidos, que superan con creces a los incluidos, se
den cuenta que seguirán pagando y traten
de entrar masivamente –y por consiguiente sin éxito- a los centros
privilegiados, la situación se hará insostenible. Eso sí que en lugar de viajar
apretados como sardinas, como en el Transantiago, quedarán botados en el
paradero.
Para los efectos de la popularidad del gobierno,
habrá que ver si el beneficio anticipado de una minoría compensa el perjuicio
de la mayoría, y si no hubiera sido preferible discriminar derechamente sólo
por grado de vulnerabilidad y no por establecimiento. Así, la obsesión de la
gratuidad en Educación puede constituirse en un boomerang para el gobierno.