Enrique Goldfarb
No cabe duda que la política económica requiere correcciones de fondo, ya que no solo hay problemas de distribución del ingreso sino también de una notoria falta de vitalidad en el crecimiento económico general.
La economía se ha estado conduciendo en todo el gobierno anterior y en lo que va corrido de este con piloto automático, acompañado de mucha diatriba populista. Una Reforma Laboral en sus comienzos que si no es causa del desempleo feroz existente, lo ha acompañado religiosamente en todo este tiempo, para ser reforzado con una segunda iniciativa apuntando esta vez a la subcontratación.
Sin embargo el piloto automático, que no es malo cuando parte de una buena base, se está aplicando sobre la exclusión de las pequeñas y medianas empresas del circuito financiero y la economía, producto de los malos antecedentes financieros acumulados en el aumento brutal de tasas de interés de 1998. Y lo que desde la perspectiva estrictamente financiera, puede parecer una evaluación óptima de la asignación de sus recursos, desde el punto de vista macroeconómico resta una parte importante del motor financiero, que es insostenible tanto económica como social y políticamente. Porque implica los destinos de millones y millones de personas.
Esto quedó demostrado fehacientemente en los cinco años siguientes a 1998 con una clarísima recesión que parecía eterna, y donde nadie reparó que al excluir a las pymes del acceso al crédito, se estaba condenando a muerte la demanda interna del país. Y sin demanda no hay PIB. A partir del año 2004 se hizo posible un enorme surgimiento del crédito, esta vez orientado a las personas, que aparentemente solucionó el problema de base del crecimiento económico.
Sin embargo esto es solo un autoengaño ya que al problema de las pequeñas unidades productivas se agregó el problema de las personas con pequeño poder adquisitivo, cuyos ingresos no han subido prácticamente nada en una década. ¿Cómo podrán entonces pagarlos con una economía que solo puede decrecer? Esto demuestra que nunca hubo una solución de fondo al problema generado en 1998.
Toda la ciudadanía mira y exige expectante que el país retome el crecimiento económico y las instituciones acreedoras esperan legítimamente no solo que sus préstamos sean pagados sino seguir otorgando préstamos en el corto y largo plazo.
Pero esto no se solucionará jamás si no se soluciona el problema de fondo que es un problema de demanda, y para ello requiere el concurso del sistema bancario. Ninguna de las recomendaciones que circulan, que evitan cuidadosamente mencionar siquiera la palabra demanda, son solución porque con lo válidas que pueden ser en el largo plazo, no atacan el problema agudo que causó el colapso en el que estamos.
Las medidas propuestas al senador Zaldívar para corregir el modelo apuntan justamente a devolver a la economía chilena el vigor que venía demostrando hace una década atrás antes que nuestras propias decisiones la derrumbaran, y que de seguir la harán irreversible.
Si se mira bien el contenido, todo en el respeta y consagra los fundamentos de una economía social de mercado, como la que el país ha construido con esfuerzo y sabiduría en gran parte de estos treinta años. La libertad económica, la posibilidad que la gran empresa, con su altísima eficiencia y olfato comercial siga siendo puntera en abrir nuevos caminos y aprovechar las oportunidades para ofrecérselas a la ciudadanía entera y al mercado. Sin embargo la gran empresa orientada al mercado interno está hoy en riesgo, por cuanto su principal mercado, el consumo, que en el largo plazo solo es posible con un saludable crecimiento de los ingresos reales está a punto de colapsar. Y quienes les pueden devolver los ingresos a ese mercado son justamente las pequeñas y mediana empresas a las que se las debe apoyar para que recuperen un justo sitio en la economía, más capacitadas, mejor orientadas y con real acceso al crédito sin el cual nada es posible. No podemos olvidar que la competencia es la base del modelo que tantas satisfacciones dio al país, y que las pequeñas y medianas empresas requieren volver a tener un sitio en ese proceso. Sin los ingresos que ella provee a quienes acoge, tampoco puede sobrevivir la gran empresa.
Y sin una reprogramación de la deuda, con significativos incentivos financieros ofrecidos a la banca para que accedan voluntariamente a ofrecerla, es imposible que vuelvan a tener el financiamiento que necesitan, y sin ello, la falta de demanda agregada de este país no se solucionará jamás. Y terminará por arrastrar en su destino a la gran empresa de mercado interno.
Digámoslo con todas sus letras. La pequeña y mediana empresa no es el problema sino la solución.
No cabe duda que la política económica requiere correcciones de fondo, ya que no solo hay problemas de distribución del ingreso sino también de una notoria falta de vitalidad en el crecimiento económico general.
La economía se ha estado conduciendo en todo el gobierno anterior y en lo que va corrido de este con piloto automático, acompañado de mucha diatriba populista. Una Reforma Laboral en sus comienzos que si no es causa del desempleo feroz existente, lo ha acompañado religiosamente en todo este tiempo, para ser reforzado con una segunda iniciativa apuntando esta vez a la subcontratación.
Sin embargo el piloto automático, que no es malo cuando parte de una buena base, se está aplicando sobre la exclusión de las pequeñas y medianas empresas del circuito financiero y la economía, producto de los malos antecedentes financieros acumulados en el aumento brutal de tasas de interés de 1998. Y lo que desde la perspectiva estrictamente financiera, puede parecer una evaluación óptima de la asignación de sus recursos, desde el punto de vista macroeconómico resta una parte importante del motor financiero, que es insostenible tanto económica como social y políticamente. Porque implica los destinos de millones y millones de personas.
Esto quedó demostrado fehacientemente en los cinco años siguientes a 1998 con una clarísima recesión que parecía eterna, y donde nadie reparó que al excluir a las pymes del acceso al crédito, se estaba condenando a muerte la demanda interna del país. Y sin demanda no hay PIB. A partir del año 2004 se hizo posible un enorme surgimiento del crédito, esta vez orientado a las personas, que aparentemente solucionó el problema de base del crecimiento económico.
Sin embargo esto es solo un autoengaño ya que al problema de las pequeñas unidades productivas se agregó el problema de las personas con pequeño poder adquisitivo, cuyos ingresos no han subido prácticamente nada en una década. ¿Cómo podrán entonces pagarlos con una economía que solo puede decrecer? Esto demuestra que nunca hubo una solución de fondo al problema generado en 1998.
Toda la ciudadanía mira y exige expectante que el país retome el crecimiento económico y las instituciones acreedoras esperan legítimamente no solo que sus préstamos sean pagados sino seguir otorgando préstamos en el corto y largo plazo.
Pero esto no se solucionará jamás si no se soluciona el problema de fondo que es un problema de demanda, y para ello requiere el concurso del sistema bancario. Ninguna de las recomendaciones que circulan, que evitan cuidadosamente mencionar siquiera la palabra demanda, son solución porque con lo válidas que pueden ser en el largo plazo, no atacan el problema agudo que causó el colapso en el que estamos.
Las medidas propuestas al senador Zaldívar para corregir el modelo apuntan justamente a devolver a la economía chilena el vigor que venía demostrando hace una década atrás antes que nuestras propias decisiones la derrumbaran, y que de seguir la harán irreversible.
Si se mira bien el contenido, todo en el respeta y consagra los fundamentos de una economía social de mercado, como la que el país ha construido con esfuerzo y sabiduría en gran parte de estos treinta años. La libertad económica, la posibilidad que la gran empresa, con su altísima eficiencia y olfato comercial siga siendo puntera en abrir nuevos caminos y aprovechar las oportunidades para ofrecérselas a la ciudadanía entera y al mercado. Sin embargo la gran empresa orientada al mercado interno está hoy en riesgo, por cuanto su principal mercado, el consumo, que en el largo plazo solo es posible con un saludable crecimiento de los ingresos reales está a punto de colapsar. Y quienes les pueden devolver los ingresos a ese mercado son justamente las pequeñas y mediana empresas a las que se las debe apoyar para que recuperen un justo sitio en la economía, más capacitadas, mejor orientadas y con real acceso al crédito sin el cual nada es posible. No podemos olvidar que la competencia es la base del modelo que tantas satisfacciones dio al país, y que las pequeñas y medianas empresas requieren volver a tener un sitio en ese proceso. Sin los ingresos que ella provee a quienes acoge, tampoco puede sobrevivir la gran empresa.
Y sin una reprogramación de la deuda, con significativos incentivos financieros ofrecidos a la banca para que accedan voluntariamente a ofrecerla, es imposible que vuelvan a tener el financiamiento que necesitan, y sin ello, la falta de demanda agregada de este país no se solucionará jamás. Y terminará por arrastrar en su destino a la gran empresa de mercado interno.
Digámoslo con todas sus letras. La pequeña y mediana empresa no es el problema sino la solución.
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